A finales del siglo XIX había unas hermanas que vivían en una pequeña casita con sus padres, Antonio y Mercedes, la casa era muy bonita y agradable. La hermana menor se llamaba Lucía y la mayor María. Lucía era rubia y tenía el cabello corto, recogido con un lazo. Vestía con un vestido largo marrón y un delantal rojo. Siempre iba con su pequeño caballo de juguete, que era de madera.
María también tenía los cabellos rubios y un lazo en el pelo; su vestido era gris con un delantal blanco. Le gustaba mucho ir siempre con su gatito Misifú.
Las dos eran muy simpáticas, bondadosas y humildes. Les gustaba mucho jugar juntas, porque se llevaban muy bien.
Un día, su padre fue al pueblo, mientras que ellas se quedaban a cargo de la casa con su madre, estaban limpiando y decidieron salir al bosque. El bosque era muy grande, con muchos árboles, arbustos e hierbas. En el suelo había muchas hojas secas, porque era otoño. Había un pequeño camino escondido entre todos los árboles donde les gustaba jugar. Estuvieron mucho rato divirtiéndose con su gatito y el caballo de madera. De pronto, escucharon mucho ruido en su casa y fueron corriendo. Había entrado un ladrón y había golpeado a su madre. La estuvieron curando y cuando llegó su padre llamaron a su jefe; les habían robado toda la cosecha de sus campos y además habían golpeado a su mujer. Unos días después descubrieron al ladrón, pero no lo denunciaron por compasión, porque les pidió perdón y les devolvió lo que había robado. Aunque las niñas seguían preocupadas por si alguna vez les pasaba algo parecido, nunca más tuvieron problemas, vivieron felices y siempre tuvieron lo que necesitaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario